domingo, 10 de junio de 2012

Caída Libre. {Tokio Hotel}

Gracias a Archange por la hermosa imagen. Todo un honor para mí.
Caída Libre
Categoría: general 
Género:  angst
Rating: K+ 
Resumen: No había maniobras para él aquella ocasión, no, aquella ocasión había sido sólo caída libre, de brazos y manos abiertas, el viento contra su cara, las nubes rozando sus dedos, las visiones de realidad golpeando su cerebro.
Notas: Para uno de los retos del grupo de autores. El de "del Humanoid en adelante"





Se cogió del brazo de su hermano por un segundo, pero no se sintió más seguro. Ni siquiera se sintió tomado en cuenta.
No sabía cuándo había comenzado aquello, ese desprecio que Bill parecía extender hacia él sin ningún motivo real, sólo por hacerlo, como cuando tenían trece pero de forma más cínica e hipócrita. Como cuando tenían trece... Quisiera que volviera a ser como cuando tenían trece, porque así él podría tirarse en su cama y llorar toda la noche hasta quedarse dormido sin que nadie se diera cuenta, no recostarse en el sillón y fruncir las cejas hasta que le doliera la frente, sin terminar de entender qué de todo era lo que le molestaba a Bill y por qué era él el que tenía que preocuparse de ello si su hermano no pretendía (como siempre) ceder de ningún modo. Se sintió furioso y frustrado y deseó con más fuerza regresar a los trece, cuando sabía que Bill lloraba igual que él en su cama, pero con más rabia y resentimiento que verdadera tristeza.
Ahora, Bill no lloraba más; ni con él, ni en privado, simplemente no lloraba más. Tom sabía que no era que se estuviese haciendo el fuerte, simplemente quizá se había secado de verdad, quizá las lágrimas ya no volverían a salir de él nunca más. Quizá los sentimientos se le habían ido con el delineador y habían venido a ser cubiertos con el tinte gris. Tom no sabía. Y en aquel momento, con el aire golpeando su rostro con más fuerza de la que podría soportar si no trajera lentes protectores y casco, sintió ira, profunda ira mezclada con melancolía.
No tenía caso ya, se dijo a sí mismo de un momento a otro porque, francamente había perdido el sentido en cuestión de segundos, con la sonrisa imborrable de su hermano a su costado, empeñado en mirar el cielo con adrenalina y sin dirigirle siquiera una sutil ojeada, aun cuando se sujetaba a él intentando librarse de su pánico. Bill había perdido la vergüenza. Había perdido la vergüenza, la paciencia, la tolerancia, la originalidad, el espíritu, el amor por lo que hacía; el entusiasmo, la ansiedad, el amor. Bill le había vendido su alma al físico y se alimentaba de su falso narcisismo, porque Tom sabía que ya ni siquiera a él mismo se gustaba; se daba asco, nauseas, se repudia y había días que se levantaba y se aseaba sin siquiera mirarse al espejo y, cuando mirarse se volvía inevitable, gritaba desde la garganta, con fuerza, rasgando sus cuerdas vocales y arrojaba su cepillo contra el reflejo.
Había otras que se quedaba ensimismado, como si se amara más que a cualquier otra cosa y fuese el reflejo de la perfección. Como creyendo todo lo que los desconocidos le decían, lo que sus seguidoras aferradas clamaban. Bill se sentía sublime esos días y Tom no entendía, cómo era que podía ser tan bipolar sólo porque sí, por no seguir siendo él y fingir que sí lo era, o haber esperado tanto tiempo para realmente ser él, con esa falta de consciencia de sí mismo. Bill no se gustaba más, por más que Tom pensara que a él sí le gustaba.
Fuera como fuera, para Tom, Bill era Bill, era su hermano, el que tenía su misma cara y con el que jugaba al espejo antes de salir de fiesta algunas veces, arreglándose uno frente al otro, fingiendo que sí eran iguales para después burlarse en la cara del otro.
Bill jaló su brazo un poco cuando el instructor dio una señal que a Tom no le llegó, lo único que escuchó fue el ligero crujido del traje de Bill cuando intentó separarse de él. Que le soltara el brazo, le dijo sin decir, y Tom se separó deprisa, sin aquella seguridad que buscaba.
No iban en el mismo paracaídas. No irían más nunca en el mismo paracaídas.
"¿Nunca?" Era demasiado tiempo y no sabía si realmente podría soportarlo.
Bill saltó sin mediar palabra, no le avisó, ni con ruido ni con gestos ni con nada, sólo se dejó caer con un grito largo y ahogado, lleno de emoción contenida y adrenalina. Sabía que no estaba pensando en nada salvo en el aterrizaje, y se aterró aún más. Porque Bill pensaba en nada, literalmente nada. Antes Tom formaba parte de esa nada...

—¡Ya! —El grito del instructor de salto se dejó oír casi urgente por encima del ruido del motor de la avioneta y supo que era tiempo. Tiempo de arrojarse al vacío.
Se dejó caer más que lanzarse; como no queriendo hacerlo pero sabiendo que debía. Y no era que no quisiera, sino que sentía más vació ahora que la primera vez que lo había hecho. Alargó los brazos y extendió sus dedos, Bill y él solían tomarse las manos cuando no iban en el mismo paracaídas; porque era su hermano, lo único a lo que podía aferrarse sin miedo a perderse y por el que se aseguraba de ser un buen punto de apoyo. "Sólo por Bill", pensó y cerró los ojos.
El viento hacía de sus ropas un ruido amorfo sin sentido y deseó por un segundo estar desnudo. Desnudo sobre el mundo, ¡surcando los cuatro vientos por el resto de sus días! Se abrumó y le entraron nauseas y deseó poder vomitar, entonces se dio cuenta de que estaba lleno de falsos deseos que se sostenían a falsas esperanzas que se mezclaban y fingían hacerlo fuerte.
Se imaginó de pronto qué sería caer de lleno... pensó por un segundo no abrir el paracaídas y simplemente seguir el flujo de la naturaleza, el viento en su cara, la tierra contra su nariz, fuerte hasta romper su cráneo y provocarle un dolor tan punzante y agudo que sería incapaz de sentirlo. Entonces supo que algo se había roto sin remedio y lloró. Lloró con fuerza, gritando hasta que no sintió la garganta pero ni eso lo detuvo de continuar gritando, con toda la fuerza de sus pulmones, expulsando todo el aire contenido de sus tardes de ceño fruncido.
Lloró porque se dio cuenta que había pensado por un segundo en la muerte como algo liberador; una muerte donde no estaba Bill, sino él, sólo él. Sintió recordar los diez minutos en los que había estado solo. Los únicos diez minutos de su vida en los que realmente había estado por completo solo, y se sintió igual, recién sacado del útero, libre, sin forma, sin razón, pensamientos o destino. Sin futuro por la simple y sencilla razón de que el futuro no te importa entonces y el pasado no existe. Los diez minutos de espera más largos de su vida, en los que sólo era él. Pensó que sería así si realmente pudiera recordarlos y dejó que las lágrimas siguieran corriendo por su cara como si no tuviera después oportunidad de llorar nunca más.
Bill no estaba ahí y algo se había roto al pensar en morir él solo; entonces supo que un ciclo de su vida había terminado.
Quizá fue su culpa, pensó, por querer hacerlo todo perfecto y estar siempre ahí aunque no había un verdadero punto de apoyo para él.
Quizá fue su culpa. Pero sonrió mientras el piso se acercaba más y más a él con una rapidez vertiginosa; no podía ver las lágrimas y se preguntó si irían hacia arriba, al contrario de la gravedad (o quizá con ella). Gritó una última vez antes de jalar el cordón del paracaídas. Gritó con fuerza brutal y se dio cuenta que se encontraba más cerca de su hermano de lo que había pensado, quizá lo habría escuchado pero le importó una mierda justo en ese instante, cuando se sentía roto y reconstruido. Cuando, después de tanto, se sentía libre y él. Sólo él. Triste, desprotegido, con la realidad golpeando su cuerpo entero, pero él. Y Bill no estaba ahí.
La adrenalina en fusión del vértigo al su cuerpo ser jalado hacia arriba por haber abierto el paracaídas le provocó más nauseas que tuvo que tragar con fuerza apretando los dientes y los ojos.
No había maniobras para él aquella ocasión, no, aquella ocasión había sido sólo caída libre, de brazos y manos abiertas, el viento contra su cara, las nubes rozando sus dedos, las visiones de realidad golpeando su cerebro. Y aquella intensidad era abismalmente diferente a la de un concierto, donde había todo y nada a la vez, porque aquí, por primera vez, consciente de la distancia y sintiendo que le faltaba la mitad del cuerpo y el alma, sólo era él. Solo, era él.
Bill se acercó corriendo cuando llegaron a tierra; jadeante y librándose de su casco en el camino le preguntó que si todo estaba bien y él dijo que sí, aun cuando los restos de lágrimas seguían en su cara y con pocas intenciones de detenerse tuvo que apresarles en lo más profundo de su ser, dijo que sí, que todo estaba bien, que jamás se había sentido mejor, que había sido completamente liberador.
Bill no entendió, y Tom no se sorprendió, Bill en realidad, nunca entendía.

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